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La necesidad de la memoria histórica

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La necesidad de la memoria histórica

La mañana de ayer al enterarse de la orden de detención preliminar emitida en su contra, el ex presidente aprista Alan García Pérez optó por el suicidio. No es la primera vez que decide huir de la acción de la justicia. Ya lo hizo en 1992 al refugiarse en la Embajada de Colombia y el año pasado al pedir asilo al gobierno uruguayo. Durante toda su vida pública ha sido cuestionado por diversos delitos y ha eludido los procesos. Por ello, no debemos dejar que su muerte sepulte en el olvido todos los delitos que cometió.

Recordemos que no solo está implicado en múltiples casos de corrupción cometidos durante su primer y su segundo gobiernos como el dólar MUC, el tren eléctrico o metro de Lima, los narcoindultos, Odebrecht, entre otros. Si no que lo más grave por lo que se le recuerda es la reiterada violación de los derechos humanos que cometió. Y no es cierto que se trate de juicios cerrados, porque García apeló a la prescripción de los delitos y nunca fue exculpado.

De la época de su primer gobierno recordamos las masacres a comunidades indígenas como Accomarca y Cayara, la ejecución extrajudicial de prisioneros rendidos en la isla penal El Frontón, las acciones del comando paramilitar Rodrigo Franco, las ejecuciones en Molinos (Jauja), las violaciones a mujeres de las comunidades de Manta y Vilca, solo para citar algunos ejemplos.

Mientras que del segundo gobierno, la masacre de Bagua es la herida más reciente y aún abierta de los pueblos indígenas. Recordemos que este hecho sangriento se produjo por el desmedido afán de García de implementar el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, lo que lo llevó a emitir decretos legislativos lesivos a los derechos territoriales de los pueblos indígenas amazónicos y que finalmente ocasionó el enfrentamiento y la muerte de más de 30 personas.

Recordemos también que tras de todos sus actos estuvo su postura racista, lo que se refleja en las diferentes declaraciones que dio llamando a los pueblos indígenas “ciudadanos de segunda categoría”, “perros del hortelano”, entre otros. Por eso, no sorprende que años después se jactara con su reconocida soberbia de su impunidad, al retar a la justicia y a los medios de comunicación con la terrible frase “pruébenlo, pues, imbéciles”.

Todos los crímenes cometidos por este personaje no se pueden olvidar con su suicidio y menos aún con el intento de sus allegados y seguidores de convertirlo en mártir. Los peruanos y peruanas tenemos derecho a la verdad y a la dignidad de la memoria histórica, y por ello, las investigaciones deben continuar. Tal vez con su muerte se haya cerrado la acción penal en su contra, pero no dejemos que evada nuestro enjuiciamiento nacional una vez más.

Exigimos la verdad por nuestra dignidad y por nuestro derecho a la memoria histórica. Alan García no es un mártir y su muerte no extingue ni borra los crímenes que cometió.

¡Manta y Vilca no se olvidan!

¡Cayara no se olvida!

¡Accomarca no se olvida!

¡Bagua no se olvida!

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