
En defensa del Sistema Interamericano de Derechos Humanos
El Sistema Interamericano de Protección de los Derechos Humanos (SIDH) es una instancia internacional a la que las personas, los pueblos indígenas y las organizaciones del movimiento social recurrimos cuando los estados vulneran nuestros derechos o no cumplen con su deber de protegerlos, cuando actúan contra ellos por acción u omisión. Por lo tanto, es un sistema que debemos defender.
Cinco Estados latinoamericanos, seriamente cuestionados por sus retrocesos en materia de derechos humanos, han remitido una declaración internacional conjunta en la que solicitan “considerar sus realidades políticas, económicas y sociales” para emitir sus resoluciones. Esto, en la práctica, significaría limitar sus funciones y no podemos permitirlo.
Recordemos que los instrumentos internacionales de derechos humanos han surgido en la historia precisamente para protegernos de estados que perpetran crímenes de lesa humanidad, como el III Reich creado por el nazismo. Considerar las “realidades” de esos Estados sería justificar esos crímenes.
Ello sucede, por ejemplo, cuando en nombre del “interés nacional” se restringen derechos territoriales de nuestros pueblos, laborales de los trabajadores, de las mujeres o ambientales de toda la sociedad. Ya lo están haciendo en el Perú y también en los países que han presentado sus cuestionamientos al SIDH que son Colombia, Brasil, Argentina, Chile y Paraguay.
Sabemos que no es la primera arremetida, ya que por varios años, el SIDH ha sufrido la agresión de muchos países que debilitan su economía al incumplir con sus obligaciones de financiarlo. No es una omisión casual, es la expresión del cuestionamiento a los derechos humanos. Y persistentemente atacan a sus miembros y sus procedimientos.
Los movimientos sociales, los pueblos indígenas, las mujeres, los trabajadores, los afrodescendientes, las instituciones que trabajan en la promoción y la defensa de derechos humanos debemos levantar nuestras voces y exigir que se respete la autonomía y la sostenibilidad del SIDH. Son vidas las que están en juego.