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Aportes al entendimiento de la cultura forestal


6 de abril, 2014.- El uso de la frase “cultura forestal” no es nuevo y esporádicamente vuelve a aparecer en diversos documentos así como en los discursos y narrativas de diferentes actores forestales. Motivado por conocer cuál es el sentido de la frase he realizado una investigación de fuentes secundarias y narrativas que quiero compartir como aportes al debate público. Considero que un esfuerzo de este tipo no solo tiene un valor académico sino también práctico como por ejemplo en las estrategias de acompañamiento a las comunidades locales y en la formulación participativa de las políticas públicas forestales por lo tanto en la gente y los bosques. Con la necesidad de mejorar las capacidades de adaptación al cambio climático de las poblaciones que viven en los bosques y de los bosques es importante profundizar nuestro conocimiento de la cultura forestal de las comunidades locales.


Lo primero que me llama la atención es el concepto presencia o ausencia de eso que se llama “cultura forestal”. Así, de un lado se menciona una débil, limitada o escasa cultura forestal, y de otro lado la inexistencia o nula cultura forestal. Desde esta perspectiva, se tiene, no se tiene o se tiene una restringida cultura forestal. Si esto es así, entonces las propuestas para resolver este problema parten por el lado de la educación, extensión, capacitación para que las personas de limitada “cultura forestal” puedan adquirirla y fortalecerla.


En otra acepción, cuando se dice que una región o país “tiene cultura forestal” generalmente están haciendo referencia al peso específico de la actividad forestal en la vida de la mencionada región o país. Por extensión incluye a las prácticas, costumbres, creencias, herramientas, instituciones. Esto puede manifestarse incluso en celebraciones, fiestas y canciones.


Una acepción adicional refiere a la aspiración del carácter de la economía peruana. Cuando se dice, por ejemplo, “Perú país forestal” lo que se está tratando de decir es que la contribución del sector forestal a la economía y desarrollo del país sea significativa. No alude necesariamente al hecho que más de la mitad del país está cubierto por bosques. Hablar de cultura forestal en este contexto implica conocer más a los bosques y la forma cómo aprovecharlos mejor.


Un segundo aspecto que resalta es que existe una dualidad valorativa respecto a la cultura forestal. Aunque se reconoce que en las comunidades locales existe cultura forestal (principalmente asociado a los conocimientos tradicionales y creencias) queda implícita que la cultura forestal de mayor valor es la que poseen las autoridades forestales, la academia y los profesionales. No es gratuito entonces el énfasis en la educación ambiental para lograr que las comunidades adquieran una cultura forestal. Bajo esta óptica se diferencia una cultura forestal profesional y una cultura forestal tradicional o empírica (Pérez, 1992).


A partir de esta segunda perspectiva se deriva un tercer aspecto que refiere al hecho de la tensión existente entre la cultura forestal tradicional y la cultura forestal oficial. Indudablemente esto lleva a situaciones y a escenarios de diferencias, controversias y conflictos respecto a “lo que es bueno y lo que es malo” respecto a la cultura forestal de las comunidades locales. Tanto producto de las demandas y exigencias de los pueblos indígenas como por procesos internos de reconocimiento de los Estados para promover mayor inclusión social se van incorporando, como por ejemplo en la legislación forestal peruana, importantes elementos de cultura e interculturalidad. Obviamente, esto no es un proceso acabado sino más bien un proceso inicial no exento de dificultades que deben ser resueltos gradualmente producto de genuinos procesos de diálogo intercultural.


En esta arena de confrontación podemos apreciar triunfos y derrotas de ambas partes, tanto de las autoridades que han logrado imponer vía normativa cambios en las prácticas de comunidades como los pueblos indígenas han logrado que se reconozcan elementos culturales en las políticas públicas forestales como por ejemplo el reconocimiento de la cosmovisión para la etno-zonificación y para la elaboración de planes de manejo forestal, por ejemplo. Ahora bien, estos procesos de confrontación no son unilineales y permanentes, asistimos a procesos de flujo y reflujo a través de límites porosos que van en un sentido y otro. Esto es entendible si reconocemos el carácter dinámico de la cultura.


También hemos podido encontrar, como cuarto aspecto, que no siempre existe coherencia entre el discurso y la práctica. En muchos actores, una cosa es lo que se dice y otra cosa es lo que se hace. Al hablar de cultura forestal existen sectores que idealizan las prácticas de comunidades locales y lo muestran de manera absoluta, categórica, y contundente que son esas prácticas las que dan garantía de sostenibilidad de los bosques. Esto es una manera de tener un discurso políticamente correcto pero que no ayuda a un buen diagnóstico y análisis prospectivo en la formulación participativa de políticas públicas forestales. Los procesos de aculturación producto de las presiones del mercado, la intervención explícita e implícita muy activa de actores externos, las nuevas necesidades emergentes y las necesidades institucionalizadas en las comunidades están afectando seriamente los conocimientos tradicionales. A ello se suma los impactos del cambio climático que están afectando el reconocimiento de señas e indicadores biofísicos que anteriormente tenían o conservan limitadamente las comunidades locales.


Una quinta perspectiva refiere al carácter de los derechos sobre el bosque. Nos debatimos, en los extremos, entre los derechos colectivos y la propiedad privada. Aunque los derechos territoriales colectivos han ido ganando cada vez más fuerza a partir del reconocimiento de la devolución de derechos a las comunidades tradicionales no menos cierto que la perspectiva de propiedad privada es muy fuerte y cuenta con una gran cantidad de adeptos. Desde la perspectiva de la propiedad privada se considera que los derechos territoriales es un rezago del pasado que aparece como un lastre para el libre mercado de tierras y una serie limitante para promover las iniciativas de emprendimiento. Así, por ejemplo, se considera que la propiedad colectiva es un serio obstáculo para el desarrollo de asocios con inversionista para el establecimiento de plantaciones forestales. El temor de que la conversión forestal y la degradación sigan avanzando aun bajo regímenes de tenencia comunitaria ha justificado no solo la imposición de regulaciones forestales por parte del Estado sino también serias restricciones al uso forestal, que por lo general acompañan a las reformas de tenencia (Larson y col., 2010). Como en todos los casos existe una gran diversidad de situaciones entre los extremos, así es posible encontrar iniciativas de producción privada aún dentro de territorios comunales con o sin articulación a la comunidad.


Una sexta perspectiva hace alusión, otra vez en los extremos, de miradas que privilegian la preservación a otras que ponen énfasis en el carácter productivo de los bosques. Los sectores preservacionistas son acusados genéricamente de “ambientalistas” y consideran que los bosques no deben tocarse. El sector productivista considera que la mejor forma de conservar los bosques es produciendo. Se ha generado incluso un término de “conservación productiva” para legitimar esta forma de intervención. Para un sector extremo que enarbola el discurso productivista las áreas naturales protegidas y los territorios indígenas constituyen oportunidades perdidas para la producción aunque en la práctica, en algunos casos, se las ingenian para abastecerse de estos espacios. Esta tensión pudo distinguirse claramente durante el proceso participativo de la Ley Forestal y de Fauna Silvestre del Perú en el que un sector planteaba que el sector forestal debería estar en el Ministerio del Ambiente, otros planteaban que debería estar en el Ministerio de Agricultura. No faltaba quienes proponían que el sector forestal debería estar en el Ministerio de Industria, Comercio Exterior y Turismo. En todas estas discusiones está presente el carácter de “manejo forestal sostenible” como condición para preservar la capacidad de recuperación de los bosques pero todo depende de lo que se está haciendo para que en verdad sea “sostenible”. El concepto de “economía verde” en teoría plantea atender seriamente las consideraciones ambientales y sociales pero todo depende de la voluntad política real de aplicar políticas de sostenibilidad fuerte antes que políticas de sostenibilidad débil.


Esta perspectiva lleva a otra tensión que refiere al paradigma del manejo de los bosques y la convivencia con los bosques. Manejo viene de la tradición de dominio de la naturaleza por parte del hombre, mientras que convivencia refiere a la matriz cultural indígena en la que el ser humano y la naturaleza son elementos indisolubles de una misma realidad. Incluso se podría hablar de una relación social con animales y plantas (Schroeder y von Bremen, 2013). En este mismo tono se encuentra la tensión entre los bosques que se conservan para la vida y los bosques que se destinan para el mercado. Esta última orientación ha sido tipificada por algunos líderes indígenas y algunas organizaciones no gubernamentales como la mercantilización de la naturaleza. Este es un tema complejo, Uno de los desafíos consiste en cómo diseñar una selección de modelos apropiados y orgánicos que aborden tanto las necesidades de conservación como las de medios de vida y el tema de su sostenibilidad en el largo plazo (Larson y col., 2010).


Se encuentra la expresión “bosque civilizado” o “bosque culto” para diferenciarlo del bosque salvaje, agreste, hostil. El bosque civilizado es aquel que ha sido domesticado, arrebatado de la naturaleza e incorporado a las actividades agropecuarias como símbolo de progreso. Esta premisa se mantiene vigente cuando las autoridades reconocen el desbosque como “mejoras” condición necesaria para valorar el bosque salvaje y recibir con todos los honores la sagrada bendición del título de propiedad privada.


Habría que enfatizar una vez más que estas categorías extremas solo nos sirven para entender la naturaleza de las tensiones. En la práctica se aprecia que en un mismo actor, e incluso en diferentes tiempos y circunstancias, presenta una dualidad en la concepción del bosque. Así tenemos el caso de campesinos que de un lado ven en los bosques y árboles la resistencia para incrementar la frontera agrícola o perjudicar sus cultivos y de otro lado valoran los beneficios del bosque como fuentes de alimentación, leña, plantas medicinales, entre otros (Heckadon-Moreno, 1990).


Ahora que ya hemos discutido algunas de las principales cuestiones de la cultura forestal, pasemos a precisar los alcances de la frase de la cultura forestal. Entendemos por cultura forestal todas las manifestaciones humanas tangibles e intangibles con relación a la interacción con los bosques. Estas manifestaciones se expresan a través de las creencias, paradigmas, valores, concepciones, emociones, sentires, costumbres, prácticas de interacción con los bosques desde el punto de vista productivo, herramientas, rituales, instituciones, formas de organización, comunicación, reconocimiento e identidad, comunicación, lenguajes, narrativas, sentidos, significados, entre otros aspectos propios de la humanidad más allá de su carácter de ente biológico.


De nuestra definición de cultura forestal podemos hacer las siguientes inferencias:

Todas las sociedades – que cuentan con ecosistemas forestales – tienen cultura forestal ello independientemente tengan más o menos apego a los bosques. Algo así como culturas de alta intensidad o de baja intensidad forestal.

No existen culturas forestales buenas ni culturas forestales malas.

No existen culturas forestales superiores y culturas forestales inferiores

Lo que existen son prácticas productivas que pueden ser más o menos sostenibles

El carácter de lo que es bueno o malo es una construcción cultural por lo que en una sociedad diversa existe la necesidad de diálogo intercultural para definir participativamente lo más conveniente para el grupo local pero también para la sociedad y el ambiente.


Significa entonces que los esfuerzos de programas de cultura forestal no pueden restringirse a la perspectiva de llevar la civilización a los grupos locales y lograr mediante la educación ambiental (o la sanción) que asuman los grandes valores de la cultura dominante. Lograr un mejor entendimiento de la cultura forestal de los diversos actores sociales es un imperativo para mejorar la gobernanza forestal. Para ello los procesos participativos y dialógicos son fundamentales.


Gran reto para la antropología forestal seguir profundizando estos temas y dar pistas a autoridades y sociedad civil de cómo ser más efectivos para lograr acuerdos sociales que contribuyan efectivamente a la conservación y aprovechamiento sostenible de los bosques. Gran reto también para los profesionales de las ciencias forestales y naturales en general para dar garantías a la sociedad que en verdad estamos frente a un aprovechamiento sostenible y no solo sea un adorno lingüístico o una justificación para seguir en el paradigma de la naturaleza como fuente ilimitada de recursos.


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*Rodrigo Arce Rojas es ingeniero forestal. Su correo es: rarcerojas@yahoo.es

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